Selva Lacandona

Explorar la Selva Lacandona es imprescindible para todo viajero de naturaleza, en donde además de respetar y proteger una las áreas naturales más importantes y hermosas del país, también se promueve el desarrollo social y el intercambio cultural entre comunidades y visitantes. Se ubica al norte de Chiapas y es considerada como una de las tres áreas con mayor riqueza de plantas y animales de la cultura maya.

La Selva Lacandona conserva cuatro de los nueve tipos de vegetación que existen en México y es en sus bosques en los que viven especies endémicas como los helechos arborescentes, la palma y las orquídeas. Debido a la importancia de la riqueza natural de su territorio, en este espacio se han llevado a cabo acciones de conservación por su alto valor biológico. Es en este espacio en el que el visitante puede recorrer la selva a través de senderos que permiten el acceso a increíbles paisajes en excelente estado de conservación. Una experiencia ideal para los amantes de la naturaleza.

Además de las caminatas por la selva virgen, se pueden visitar numerosas cuevas espectaculares y se puede acceder a senderos que conducen a hermosas cascadas, en donde podrás realizar recorridos en balsa y otras actividades de ecoturismo enmarcadas en espléndidos paisajes. Algunas de las actividades que se pueden llevar a cabo son recorridos en lancha y kayak, senderismo y observación de flora y fauna. En esta área se tienen registradas alrededor de 70 especies de mamíferos, como el mono araña, el mono sarahuato, el ocelote, el jaguar y 306 especies de aves como el tucán real y la guacamaya roja además de reptiles como la boa constrictor, las coralillo y la nauyaca.

Nahá y Metzabok son comunidades que nacen en los años cuarenta y son zonas idóneas para la exploración espeleológica turística, sin duda alguna.
Sus habitantes indígenas son los mal llamados «Lacandones Caribes”. Estas zonas se constituyeron como áreas de protección de flora y fauna para contribuir con el aprovechamiento y conservación de los recursos naturales de la zona. Nahá y Metzabok tienen una extraordinaria importancia ecológica por sus lagunas, su biodiversidad entre la que se cuentan especies amenazadas o en peligro de extinción, como el hocofaisán, el águila arpía, el quetzal y el jaguar, además de que en la zona residen dos de las comunidades más antiguas y tradicionales de los lacandones.

     

La alimenta una densa red hidrológica integrada por los Ríos Usumacinta, Lacantún, Jataté, Tzendales, Perlas, Lacanjá, entre otros; y por los lagos Miramar, Ocotal y Lacanjá. Las especies predominantes son el roble, cedro, caoba, chicozapote, hule, ceiba, etc. Su fauna es rica en especies de todos los géneros: reptiles como la culebra ocotera, la nauyaca de río y la culebra cincuate; mamíferos como la ardilla voladora, jabalí, murciélagos, venado de campo, coyote, jaguar, mapache, ocelote, puerco espín, tamborcillo, tigrillo y venado cabrío; aves como el águila arpía, el tucán y la tucaneta, peces de río, anfibios y muchos otros.

Por otro lado, en la entidad existen más de 2 mil sitios arqueológicos; destacan YaxchilánBonampak, Tonina y Plan de Ayutla.

En la zona se ofrece una infraestructura turística ideal para todo tipo de bolsillo. Existen, además, áreas de campamento ecoturístico, renta de cayucos y recorridos guiados por la selva, más otras actividades como visita al museo comunitario, visitas a sistemas cavernarios y senderismo.

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Campamento Río Lacanjá

Casi pegada a la Carretera Fronteriza, Lacanjá es la comunidad lacandona más numerosa del mundo (aunque no sobrepasa los 500 habitantes). Desde la llegada de los españoles, refugiarse en la selva se convirtió en la mejor opción para escapar del trabajo forzado y demás imposiciones de la vida colonial. Los españoles organizaban expediciones armadas para capturar a los indios, pero mientras que tzeltales y choles fueron obligados a emigrar hacia las haciendas, los lacandones lograron escapar gracias a su capacidad para adaptarse a las condiciones de vida dentro de la selva.

Durante los tres siglos de la Colonia permanecieron casi por completo aislados, pero a partir de fines del siglo xix, sus aldeas fueron alcanzadas por las voraces compañías madereras y chicleras. Desde entonces, las enfermedades traídas por los forasteros y para las que los lacandones no habían desarrollado anticuerpos, así como la destrucción de los recursos naturales, los llevaron al borde de la extinción, hasta que, en 1971, un decreto presidencial les devolvió la titularidad de más de seis mil kilómetros cuadrados de selva y, con ello, un poco de tranquilidad y posibilidad para recuperarse.

La gran mayoría de los visitantes viene a Lacanjá simplemente porque resulta una puerta conveniente de entrada a Bonampak, ya que es el único lugar con servicios en los alrededores (hay tiendita, teléfono, áreas para acampar y el mejor alojamiento/restaurante de la zona), pero el lugar tiene también su par de atractivos: las cascadas y la pequeña zona arqueológica.

Para llegar se toma un agradable sendero por entre la selva (40 pesos) que, tras una hora de marcha a paso moderado y en superficie plana, lo tiene a uno en unas bellas y limpias cascadas de unos siete metros de altura. Se puede nadar allí o en cualquiera de las pozas a lo largo del camino y el lugar es ideal para hacer un picnic. Hace falta una hora más de marcha para llegar al sitio arqueológico, pero no hay señalamientos, por lo que deberá contratar a un guía lacandón, que cobrará entre 100 y 200 pesos por conducirlo a través de la selva. El camino en sí puede ser más apasionante que las ruinas: un puñado de pequeñitas construcciones a medio restaurar. Si bien durante el trayecto de ida a las cascadas es amigable, de regreso aparecen diversos senderos que hacen confusa la ruta.
Tip de viajero: no tomar los senderos marcados con banderitas rojas, cargar con el mapa que regalan en la entrada y caminar en grupos.

Si le interesa convivir con los lacandones vivos (y no sólo con las construcciones de sus ancestros), ésta es su oportunidad. Con tantita plática que le haga a cualquiera de ellos (sobre todo a los hombres), encontrará a conversadores alegres de los que se puede aprender mucho. Además, sabedores de que el turista citadino va en busca de naturaleza y cultura autóctona, le ofrecen hospedaje y paseos en zonas arboladas y se presentan a sí mismos como los herederos de las culturas mayas del Clásico. Por lo tanto, no son pocos los que prefieren la comodidad de los jeans en casa, pero ante el extranjero visten con su “tradicional” manta blanca. Al cliente lo que pida, aunque, a fin de cuentas, esos detalles no les impiden ser, de todas formas, genuinamente mayas.

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Autor entrada: CorazónDeChiapas

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